Me desperté a las 4:30h después de haber dormido las 8 horas de rigor. Probablemente ésta fue la noche que mejor dormí en todo el viaje dejando de lado la noche en el tren. En las Cameron Highlands por la noche hace bastante frío por lo que las habitaciones no necesitan tener ni ventiladores. Dormí bien tapado toda la noche, inédito. Además este hotel me daba la sensación de que estaba casi vacío, de hecho todavía no había visto otra osta, por lo que el silencio era absoluto a todas horas.
Este día sería probablemente el mes cansado hasta entonces ya que estaría todo el día haciendo un tour por diferentes selvas, plantaciones de té y poblados casi indígenas. Sobre todo uno de los dos trekkings que haríamos duraría más de 3 horas caminando por una de las selvas más inaccesibles de las Cameron Highlands y probablemente de todo Malasia en busca de la mayor flor del mundo, la Rafflesia, una flor que puede medir más de un metro de diámetro! Así que tocaba prepararse bien por el día que me esperaba.
En el hotel había un restaurante donde servían desayunos que no estaban incluidos en el precio pero que iría a tomar para tener energía suficiente para aguantar hasta la hora del almuerzo. Normalmente no como nada hasta el almuerzo, pero hoy más valía comer huevos fritos. Así que tenía previsto ir a las 7:30h a tomar un buen desayuno antes del tour que era a las 8:40h. Hasta entonces como todas las mañanas, me duché, tomé un primer café, escribí el periódico, mirar correos, finanzas y leer alguna noticia. Estaba en la otra punta del mundo y sin parar ni un día pero seguía estando bien informado.
A las 7:30h ya tenía la mochila preparada, básicamente con un impermeable, repelente de mosquitos y agua y ya bajé al restaurante a desayunar. Para acceder al restaurante primero se tenía que salir del hotel, pues la entrada del restaurante estaba en el patio. Al bajar vi que la puerta principal del hotel todavía estaba cerrada y la propietaria todavía no estaba. Abrí la puerta y salí al patio pero el restaurante también parecía cerrado y sin nadie dentro. Esperé 5 minutos en el patio y viendo que no había nadie volví a la habitación a cargar el móvil por completo ya dejarlo ya todo preparado para sólo coger y marchar rápido.
A las 8:10h volví a bajar y ahora sí que el restaurante estaba abierto. Dentro había una pareja que no supe exactamente si eran malayos o hindúes pero si parecía quedarse un poco sorprendidos de verme. No debería haber demasiados clientes y menos a esa hora. De hecho incluso le pregunté si podía desayunar, ya que la cara que puso parecía no entender qué hacía allí. Le pedí un american breakfast que era tortilla, perritos calientes y tostadas con mantequilla y mermelada a más de otro café. Realmente uno de los mejores desayunos que se puede hacer para obtener energía por un día duro pero sin quedarte tan lleno que no puedas ni empezar a andar. Lo cierto es que después de comer todo aquello y tomar el café, salí a la puerta del hotel a esperar al guía bien fresco y listo para lo que fuera.
Hacia las 8:30h apareció la propietaria, que por cierto hablaba con la pareja del restaurante en inglés, lo que me hizo pensar que la propietaria no era malaya, de hecho por lo que ya no lo parecía. Rápidamente fui a buscar la mochila y el ticket de la reserva y fui hacia fuera a esperar al guía.
A las 8:42h llegó el guía con el Jeep. Yo era el primero por lo que me dijo sentarme en el lugar del copiloto (a la izquierda). Nos presentamos y fuimos a buscar a los otros 5 integrantes del grupo. Él se llamaba Joe y parecía indígena. De hecho, la mujer del hotel hablaba de los indígenas que eran los que sabían encontrar las Rafflesies. Jeep era muy auténtico y con unos cuernos sobre el parachoques. Eso sí, se le veía bastante atropellado, señal de lo complicado de los caminos por los que iríamos.
Muy cerca de mi hotel, en la misma carretera, ya estaba el hotel donde recogimos a 3 chicas, dos alemanas y una australiana que se sentaron justo detrás de nosotros. Y bastante más lejos, de hecho ya parecía otro pueblo, los dos últimos, una pareja de irlandeses que se sentaron en la parte trasera. Por cierto, el chico era idéntico a Zelda, de hecho daba la sensación de que quería parecerse a él, pues incluso el peinado era igual.
Y una vez todos los del grupo dentro del Jeep fuimos directamente hacia la selva, o jungla como le decía Joe, a hacer el trekking más complicado para buscar las Rafflesies. El trayecto fue de unos 45 minutos e incluso pasamos a otro estado, en Jinlong.
Para entrar en la selva teníamos que entrar primero en lo que parecía el caminito de acceso a una granja de fresas, un tipo de granja también muy abundante en las Cameron Highlands. Tuvimos que subir con el Jeep por un caminito muy estrecho, irregular, lleno de baches y con una pendiente de al menos el 45% que conducía hasta la entrada de la granja y que se adentraba unos metros más en la jungla hasta un punto donde el camino ya era impracticable y ya no había más remedio que dejar el Jeep y seguir andando. Empecábamos así el trekking por la jungla.
Nos poníamos todos repelente, cogíamos la mochila con el agua y los 6 mes el guía empezábamos a caminar. Ya de entrada debía cruzarse un puente hecho de varias cañas de bambú. Y de hecho sería el primero de unos cuantos ya que deberíamos cruzar el río varias veces.
Los primeros 200 o 300 metros eran relativamente fáciles, pues se hacían por un caminito de medio metro de ancho, fangoso e irregular, pero al menos era plano. Pero después, una vez todos pensábamos que todo el camino sería así, complicado pero plano, el guía se detuvo y dijo, «climbbing time», señalando un camino aún peor y con fuerte pendiente de bajada. Empezaba el trekking de verdad y seguiría así durante 3 horas.
Hasta entonces el camino era más fácil porque por aquella zona pasaban empleados de la granja para arreglar las canalizaciones que tenían para recoger el agua del río, pero por dónde iríamos ahora ya no se pasaba tanto y eso se notaría . De hecho el guía ya tenía el machete preparado para ir cortando las ramas que se nos pusieran por delante.
Por suerte ese día no llovía pero si había llovido el día anterior por lo que el suelo era muy fangoso y lleno de charcos. Tenías que ir cogiendo a las ramas sobre todo en las bajadas más fuertes para no resbalar. El guía nos comentaba que el día anterior llovió a cántaros y que andar por allí no sólo era casi imposible sino a más peligroso. Nosotros íbamos con calzado normal pero él llevaba unas botas indicativas de que ese camino ya lo había hecho un montón de veces con un palmo de agua.
Hasta entonces los puentes de bambú nos habían parecido un peligro enorme y un milagro que ninguno de nosotros hubiera caído al río, pero ahora ya tocaba cruzar el río sin puente, por unas rocas mojadas y resbaladizas. El guía fue saltando por las rocas como una cabra montesa, pero los demás íbamos pisando 4 veces cada roca antes de saltar, incluso alguna se sentaba en una roca antes de pasar a la otra. Y más de uno, yo incluido, acababa mojando el pie en el río agarrándose bien a la roca para no mojar aún más. Al menos eso limpió un poco el barro que ya llevábamos por media pierna…
El camino se iba complicando por momentos ya que había árboles caídos en medio del camino o algunos troncos bajos que te obligaban a ir agachado unos metros. Por suerte el camino no desaparecía ya que los mismos guías iban cortando algún tronco o caña de bambú de vez en cuando pasaban. Además, los propios turistas con sus pies hacían que no creciera nada en el estrecho camino que íbamos siguiendo.
En las Cameron Highlands, durante la noche la temperatura es muy agradable, incluso hace frío, pero durante el día hace tanto calor como en George Town, por lo que tienen una variación de temperatura entre día y noche brutal . Había pasado una muy buena noche pero ahora volvía a hacer un calor insoportable, que sumado a la alta humedad de la selva, hacía que la sensación de calor fuera de más de 40ºC, y más debiendo hacer ese camino subiendo, bajando y agachando- tiene continuamente. Todo ello era bastante más duro de lo que parecía en el tríptico.
Y finalmente, al cabo de dos horas de subir y bajar pendientes cada vez más pronunciadas, el guía se detuvo, se volvió para mirarnos y allí vimos la primera Rafflesia. Era un espectáculo. De tan grandes que son crecen y se quedan en el suelo, pues no hay tronco capaz de aguantarlas. Tienen un color rojo muy intenso y la parte del medio está vacía. Dentro tienen el polen pero buena parte está vacía, es muy raro e incluso algo angustioso. Dentro de si ven un montón de mosquitos y guindillas entrando y saliendo, de hecho los notas como te pican en la cara cuando te acercas a mirar. Aquella medía unos 60 cm de diámetro aunque el guía nos enseñó una foto de una que encontró de 120 cm de diámetro, el doble que aquélla, algo realmente espectacular.
Íbamos pasando uno por uno para hacer las fotos y una vez las hice y fui hacia dónde estaban los demás, de repente todos gritaron, ¡NO STOOOP! Me detuve de repente aún sin saber si me lo decían a mí oa otro hasta que se acercó el guía para señalarme que había estado a punto de pisar dos hijas de Rafflesia, dos de esas flores que apenas median medio palmo cada una. Menos mal que me detuve a tiempo, pues de estas flores hay poquísimas y no quisiera haber sido recordado como el que mató a una.
Después de que todos hubimos hecho las fotos de rigor seguimos caminando por un caminito con fuerte pendiente pero que en pocos minutos nos llevó a otra Rafflesia. Era curioso porque allí donde había una, normalmente había alguna muerta en los alrededores, y siempre más pequeñas que aún tenían que abrirse. Según decía el guía, estas flores se abren en cuestión de días, es decir, puedes ir un día y ver una bola pequeña en el suelo, e ir al día siguiente y encontrártela abierta y con un tamaño 5 veces superior. En esta segunda es donde el guía nos tomó una foto a cada uno junto a la flor.
Yo que pensaba que quizás no encontraríamos ninguna y de momento ya llevábamos dos. Algunas agencias de Tanah Rata no garantizaban encontrarlas, mientras que ésta sí, y ahora entendía por qué. El guía era un tío que llevaba viviendo allí toda su vida y se conocía aquella selva como si fuera su casa. Venía todos los días, se conocía todos esos caminitos imposibles, buscaba las flores y sabía volver al mismo lugar para enseñarlas. Yo flipaba.
Después de ver la segunda Rafflesia y explicarnos que el nombre venía de Raffle, su descubridor, mas Asia, el lugar donde la encontró, seguimos subiendo montaña entre ramas y raíces para llegar a la tercera y última Rafflesia que veríamos, de las grandes está claro, porque de pequeñas aún por abrirse vimos más de diez. Tres puede parecer poco, pero es muchísimo, de hecho hay gente que hace la excursión y no encuentra ninguna, todo depende del guía que te toque. Además hay que tener en cuenta que son flores muy difíciles de reproducirse y crecer, por lo que hay realmente pocas.
Y una vez vistas 3 de las flores más grandes del mundo y cuando ya llevábamos más de dos horas de trekking, iniciamos el camino de regreso hacia el Jeep. El tramo inicial lo hicimos por otro camino hasta que llegamos al camino utilizado en la ida. Ahora parecía fácil un camino que hacía dos horas parecía impracticable. El poder de la relativización y de la experiencia, aunque sea poca.
Encontrar a Rafflesias era el objetivo principal de aquel trekking pero ni mucho menos el único que ver. Por el camino íbamos viendo plantas y flores rarísimas, mariposas gigantes de casi un palmo de ancho y otros insectos y pájaros que nunca había visto. Realmente era un pase caminar por esa selva rodeado de tanta biodiversidad tan desconocida por la mayoría de nosotros.
Hacia las 12:30h llegábamos al Jeep todos suadísimos excepto el guía, que además era el que iba más tapado para evitar las picaduras de los mosquitos. Como podía estar tan acostumbrado a la humedad que ni siquiera sudó ni un poco con el rato que llevábamos andando. Estábamos todos muy cansados pero muy contentos de haber visto tantas Rafflesias, pues ninguno de nosotros lo esperaba. Apenas habíamos hecho la primera de las actividades del día y yo ya no podía más, de hecho si me hubieran dicho que volver al hotel habría aceptado de inmediato. Pero menos mal que no porque todavía quedaban muchas cosas interesantes por ver.
La próxima parada que haríamos sería en el pueblo de Orang Asli Settlement Village, un pueblecito, de los que yo llamo muy auténtico, de los que apenas tienen agua corriente, de los que cada vez cuesta más ver y mas encontrar, de los que te enseñan muchas más cosas que las grandes ciudades, de los que en cierto modo te cambian un poco la vida. Un pueblo indígena casi parado en el tiempo en el que todavía cazan lanzando un punzón con veneno a través de una caña. Poder ver, visitar e incluso charlar con estos habitantes es una de las mejores experiencias que pueden tenerse.
Llegamos al pueblo en menos de 5 minutos, pues estaba casi junto a la selva. Antes de bajar del Jeep ya podíamos ver cómo eran las casas. Para mí eran casas a punto de caer y algunas parecían hechas por ellos mismos con lo que encontraban por la selva, pero el guía nos explicó que aquellas casas les dieron el estado, ya que antes sí que vivían en casas hechas por ellos con caña de bambú, por lo que lo que ahora vemos, que parecían barracas, eran palacetes comparados con las casas en las que vivían no hacía demasiados años. Eso si, el pueblo era muy pequeño, yo conté unas 10 o 12 casas puestas sin demasiado orden, quedando un espacio más amplio en medio donde jugaban unos niños. El suelo era de arena e irregular, pero ellos se lo pasaban bien allí corriendo y viendo a aquellos turistas que venían sólo a tomar fotos. Eso sí, los niños eran muy curiosos y no paraban de preguntar, aunque no hablaban inglés por lo que no podíamos mantener una conversación.
Primero nos enseñaron una herramienta hecha con cañas de bambú que junto con agujas con veneno, utilizaban para disparar soplando a los animales. Decían que cazaban pájaros y monos. Lo probamos en una diana y era complicado. Yo disparé dos veces y en la segunda me acerqué bastante al centro de la diana, aunque creo que estaba demasiado cerca, a menos de 10 metros que era la distancia a la que ellos disparaban para no asustar al animal en cuestión.
Después dimos una vuelta por libre de unos 15 minutos por el pueblo donde había unos 10 niños siguiéndonos por donde íbamos. Parecía que veían turistas o simplemente gente de fuera del pueblo muy de vez en cuando, pues sólo que les sonrieras, como yo hice, ya te iban siguiendo con una sonrisa allá donde ibas, sin molestar, simplemente mirando y siguiendo curiosos por aquella gente que llegaba de repente en ese pueblo parado en el tiempo. Eran realmente muy graciosos, y como mucha otra gente, uno de ellos llevaba una camiseta del Barça, a quien le intenté decir que yo era de Barcelona pero que creo que no me entendieron, por un lado porque no parecía hablar inglés y por otro porque quizás ni sabían que Barcelona también es una ciudad.
El pueblo no hacía ni una hectárea y evidentemente no tenía ninguna parte asfaltada, de hecho ni siquiera tenía orden en la ubicación de las casas. El terreno era irregular y las gallinas corrían por todas partes. Lo impactante era que para nosotros vivir allí sería imposible pero por lo que nos contaba Joe, la vida en aquel pueblo ahora era mucho más fácil que antes, incluso los niños iban a la escuela.
Poder conocer la vida de estos pueblos en primera persona es algo apasionante y más si puedes hablar con sus habitantes. De hecho esto es probablemente lo que más me gusta viajar a lugares más remotos. Esta visita no me la esperaba y para mí fue lo mejor del día. Nunca olvidaré la sonrisa de aquellos niños mirándome fijamente, simplemente esperando a que me moviera para seguirme, haciéndoles este hecho tan simple, los niños más felices del mundo.
Después de ver el Orang Asli Settlement Village fuimos a comer deshaciendo parte del camino hecho, pues la selva y el pueblo recién visitado eran los puntos más alejados de Tanah Rata, por lo que a partir de ahora, en cada nueva visita estaríamos un poco más cerca del punto de salida/llegada.
Al cabo de unos 10 minutos llegamos al restaurante que estaba en un pueblo similar a Tanah Rata aunque algo más pequeño y por lo que me pareció, con no tantos hoteles como en Tanah rata. Aquí todo el mundo parecía local y los negocios como los que puedes encontrar en cualquier ciudad. El restaurante era un buffet libre por lo que aproveché para comer de todo un poco. Primero nos daban una bandeja con varios compartimentos y en uno de ellos te ponían directamente arroz basil, y después ya podías pasar por las tinas de comer a coger lo que quisieras. Había varios tipos de carne hecha de varios modos, ensaladas, empanadas, panes, etc. Yo cogí conejo al curry, pollo rebozado, ensalada de pepino, un tipo de pan con especias, una especie de mini pizza y patatas que parecían estofadas que me mezclé con el arroz y la ensalada de pepino. Nos sentamos juntos en una mesa y empezamos a comer. Me jodí muy fino.
Me lo terminé casi todo, de hecho sólo me dejé un par de cucharadas del arroz, pero de todo lo demás nada. Había desayunado muy bien pero después de la caminata tenía ya mucha hambre, y de hecho aquella comida me fue perfecta y era el primer buffet que hacía en ese viaje, que de vez en cuando ya va bien sobre todo por la variedad de platos que allí puedes encontrar.
Todos comieron bastante pero sin duda yo fui el que más comí. Y todo ello una botella de agua grande sólo por 16RM, 3,40€.
Al cabo de unos 45 minutos ya fuimos hacia la siguiente parada, que sería una de las plantaciones de té de las Cameron Highlands, siguiendo deshaciendo camino hacia Tanah Rata.
Primero fuimos hasta un «view point» desde donde se veía buena parte de la plantación, y si no se veía mas era porque las propias montañas la tapaban. De hecho, la plantación llegaba hasta donde llegaba la vista, era simplemente inmensa. Le dije a Joe que era mayor de lo que creía y él me respondió que aquella era pequeña, que íbamos era porque era la mejor preparada para recibir visitas, pero no para ser la mayor…
A continuación Joe nos dejó en la entrada del complejo donde caminamos hasta la fábrica para hacer una visita de unos 15 minutos ya sin Joe, donde se podía ver cómo una máquina abría los grandes, a continuación unos trabajadores lo ponían en una cinta en la que se trituraba y según su tamaño resultaba en un tipo de té u otro. Había toneladas de granos de té arrastrados por las cintas que nunca paraban porque continuamente llegaban mas camiones llenos. Estaba completamente prohibido tomar fotos y de hecho lo vigilaban mucho, señal de la gran competencia que hay en este sector y en esta zona, siendo muy recelosos de enseñar mas de la cuenta o incluso de contar mas de la cuenta. Los secretos de la producción no se veían ni se contaban.
Para terminar la visita a la fábrica, no podía faltar el paso por la tienda y el bar de la fábrica donde vendían todos los tipos de té que producen. Fuimos los 6 miembros del grupo primero a la tienda donde había decenas de tipos de té. A mí no me gusta el té por lo que miré un poco pero sin intención de comprar nada. Algún compañero de tour si que compró alguna caja, de hecho iba con alemanas, irlandesas y una australiana, probablemente lugares donde tomar té es más habitual que en España o Italia.
Después fuimos hacia el bar restaurante donde sí pedí un té y que sería el segundo o tercero que me tomaba en toda mi vida. Nos sentamos los 6 en una mesa y todo el mundo se pidió un té, por lo que yo no podía quedarme allí mirando y bastante, así que pedí lo que me pareció más normal que se llamaba Boh Tea Tarik por 4RM (0 ,85€) que realmente no tenía ni idea de qué era pero que al final no resultó tan malo como me esperaba, no tanto como para cambiar del café al té, pero si que me lo tomé bastante a gusto y mas después de la comida que me acababa de joder.
Estuvimos unos 20 minutos los 6 sentados en una mesa de la cafetería que realmente estaba muy bien, pues todas las paredes eran de cristal y daban a los campos de té, por lo que desde la mesa tenías unas vistas únicas y panorámicas de hectáreas de plantación de té. Allí quien habló mas, y me extrañó porque no había hablado hasta entonces, fue la chica irlandesa, que de hecho era muy alegre y divertida. Supongo que hasta entonces apenas había hablado por la dureza del tour, pero ahora allí sentada y relajada estuvo contando anécdotas bastante divertidas. Aunque por lo que me pareció viajaban bastante, lo hacían de forma que yo llamaría poco auténtica, normalmente a lugares muy turísticos y gastando demasiado dinero en hoteles caros y sin demasiado sentido, pero evidentemente cada uno viaja como quiere, de hecho para mí la cuestión es viajar, el cómo es lo de menos.
La verdad es que pasamos un rato muy agradable admirando aquellos paisajes y charlando de nuestras experiencias anteriores conociéndonos todos juntos un poco más.
A las 15:30h volvíamos al Jeep donde ya nos esperaba Joe para ir a la cuarta y penúltima parada, la granja de fresas, el otro producto más producido en las Cameron Highlands junto con el té. El clima en esta zona es perfecto para cultivar ambos productos, el té y las fresas.
Ésta era la típica parada que se hace básicamente para gastar en el bar de la granja, pues ésta tampoco tiene nada especial. Si hace gracia si nunca has visto ninguna, pero realmente no es nada espectacular en comparación con la plantación de té. Son una serie de paneles en paralelo en un invernadero donde están plantadas las fresas, cada una con un montón de fresas colgante. Y después hacia el bar en el que había todo tipo de batidos, pastas y helados de fresa, evidentemente de fresas de la propia granja, que hay que decir estaban muy buenas. Yo me pedí un helado con fresas frescas y nata por 8RM, 1,70€, algo caro teniendo en cuenta los precios de Malasia y que por ese precio comes, pero ya se sabe, éste era un poco el objetivo de aquella visita, y de hecho valió la pena el helado, pues era casi el primer capricho en todo el viaje y me entró muy bien después de las caminatas y el calor que hacía.
Sentamos un rato a comer el helado y volví con Joe que estaba fuera esperando. Joe era un tío bastante peculiar, muy extrovertido pero a la vez muy independiente y una personalidad muy fuerte en el sentido que parecía que le importaba poco, por no decir nada, lo que pensaran los demás de él. Realmente estos caracteres me gustan por lo que me cayó muy bien. Así que salí de la heladería y fui a sentarme un rato con él que estaba sentado solo en un banco esperándonos. Por lo que explicaba se le notaba que le encantaba su trabajo, sobre todo aquellas montañas y selvas que enseñaba. Era joven pero siempre había vivido allí, por lo que aquellas tierras eran su casa y las cuidaba y hacía cuidar, de hecho sólo había que ver con qué facilidad iba en medio de la selva sin sudar ni perderse.
Cuando el resto del grupo salió de la heladería volvimos al Jeep para ir hacia la quinta y última parada, y de hecho la segunda más dura, que era el trekking por el Mossy Forest y el punto más cercano a Tanah Rata .
El Mossy Forest es una reserva natural donde en principio se tenían que pagar 30RM para poder acceder, eso sí, estaba bien preparado con caminos bien hechos y aseos para los turistas, aunque eso, como también pensaba en Joe, le sacaba toda la autenticidad e interés de la selva. Pero nuestro guía, que era un crack, nos dijo que conocía otro camino más auténtico, sin turistas, sin caminos hechos, y sin tener que pagar los 30RM, por lo que a todos nos pareció perfecto y fuimos hacia allí .
Llegamos al cabo de unos 30 minutos. Aparcó el Jeep en un camino, bajamos y allí al lado se veía un pequeño sendero pero que ya de entrada tenía una pendiente del 60% que te obligaba a escalar, y de hecho, puesto que pasaba menos gente, era mucho más complicado que los senderos de la selva donde habíamos estado por la mañana. Había muchas ramas por el suelo, otras a medio cuerpo que te obligaban a andar unos metros agachado, además de baches y raíces que complicaban cada uno de los pasos que dábamos. Por lo general todo mucho más complicado pero mucho más auténtico y memorable.
En algunos puntos prácticamente teníamos que escalar y en otros bajar con las manos al suelo para no caer rodando hacia abajo. Realmente no había ningún sendero ni medio hecho. Continuamente Joe tenía que ir cortando ramas para hacer un poco de camino, de hecho yo ni entendía cómo sabía hacia dónde ir. Algo que nos pareció muy curioso fue ver que en algunos tramos el suelo parecía hundirse. Por lo que se ve las raíces acababan vaciando buena parte del subsuelo haciendo que la parte superior cediera unos centímetros tal cual estuvieras sobre un colchón. Joe nos dijo que no pasaba nada pero la verdad es que hacía algo de mal rollo ir andando mientras el suelo se movía como una cama de agua.
Al cabo de unos 30 minutos de ir escalando montaña llegamos a la cima desde donde podíamos ver el resto del Mossy Forest y parte de las Cameron Highlands. Era curioso ya que en ese punto el suelo era una roca blanca, algo diferente a todo lo demás donde sólo había vegetación. Y según nos dijo el guía esa roca sólo se encontraba en 3 puntos de las Cameron Highlands. Allí estábamos a 1600 metros de altitud, el segundo punto más alto donde se encontraba ese tipo de roca.
Las vistas eran impresionantes y la tranquilidad absoluta, no había nadie más aparte de nosotros 7, algo que teníamos que agradecer a Joe por habernos llevado por esa ruta y no por la conocida llena de turistas. Ésta no la conocía nadie y ésta era la prueba, una cima con unas vistas guapísimas y sin ningún turista.
Al cabo de unos 10 minutos de contemplar las vistas desde uno de los puntos más altos de Cameron Highlands, iniciamos la bajada, quizás menos cansada pero igual de complicada, o más, que la subida, pues a veces es más peligroso bajar que subir, de hecho si antes debíamos escalar ahora casi que debíamos hacer rápel. En algunos tramos me hacía cruces cómo todas las chicas iban bajando cogidas por las ramas sin que ninguna cayera o frenara el grupo en exceso, para que luego algunos digan que las mujeres no pueden hacer ciertas cosas. Estoy seguro de que muchos hombres habrían sido incapaces de hacer lo que hicieron aquellas cuatro chicas a lo largo de todo el día. Horas y horas caminando y escalando por bosques y selvas sin quejarse en ningún momento.
A las 17:30h llegábamos de nuevo al Jeep y ahora si ya tocaba volver al hotel. Estábamos todos, excepto Joe, como si volviéramos de una guerra o de haber pasado un mes perdidos en medio del Everest. Sucios, con rasguños, sudados y casi sin hablar de lo cansados que estábamos. Cuando el día anterior reservé el tour ni de lejos me esperaba que fuera tan completo y tan cansado, aunque de hecho mejor, puesto que si lo hubiera sabido no sé si me habría apuntado cometiendo así un gran error, porque fue una experiencia inolvidable. A veces no sabes de lo que eres capaz de hacer hasta que lo haces, por eso a veces es mejor no saber lo que harás, para no echarte atrás. Ahora que ya acabábamos, yo y probablemente todo el grupo, estábamos muy orgullosos de haberlo podido hacer a pesar de haber pasado ese día recorriendo algunos de los lugares más remotos de las Cameron Highlands acompañados por un nativo que se las conocía como la palma de su mano.
Primero dejamos a la pareja de irlandeses para quedar su hotel más cerca, después las dos chicas alemanas y la australiana que estaban en el mismo hotel, y finalmente a mí. Me despedí de Joe dándole la mano y agradeciéndole la gran experiencia y fui hacia el hotel. Había sido un día muy completo de 9 horas viendo y haciendo cosas que nunca había hecho ni visto, de hecho todo fue mucho más completo e interesante de lo que me esperaba.
Eran las 18h cuando llegaba al hotel y todavía no tenía claro si buscar una lavandería exprés o simplemente lavar un poco los pantalones en la habitación y ya está. Finalmente y debido a la hora que era y lo cansado que estaba, decidí sólo lavar los pantalones y la mochila llenos de barro por los trekkings con el jabón de ropa que llevaba allí mismo en la habitación. Lo que no pensé fue en que allí hacía frío y el sol ya se escondía, por lo que no daría demasiado tiempo durante la noche para que se secara todo bien.
Hacia las 19:30h salí a comprar algo de comida para cenar en el hotel ya que al día siguiente tenía que levantarme pronto para irme a Taman Negara y cenar en la habitación me permitía ganar tiempo e ir a dormir una vez cenada. Compré como siempre en estos casos pasta deshidratada en uno de los mini-súpers ya en la carretera pero en la parte más cercana al hotel y junto a los lugares ambulantes con mesas donde había cenado el día anterior y donde volví a ver si había algo similar. El lugar donde compré el día anterior estaba cerrado pero había otro similar donde compré 4 piezas de Roti de las que más me habían gustado el día anterior. Todo ello, la pasta más los Rotis, costaron 3RM (0,60€), es decir, por poco más de medio euro compré suficiente comida como para poder cenar. Además, esta vez los Rotis venían en salsa por lo que todavía estaban más buenos que los del día anterior. Teniendo en cuenta que la base de los Rotis es el plátano, no dejaba de ser curioso que fueran tan buenos, pues el plátano solo a mí no me gusta nada, pero preparado de esa manera estaba buenísimo.
Volví a la habitación a terminar de hacer la maleta y hacia las 20:30h a cenar mientras miraba en las noticias uno de los incendios más importantes en Cataluña en los últimos años, el incendio de la Ribera d’Ebre y que en ese momento hacía poco que se había iniciado pero ya había quemado unas 3.000 hectáreas. Un desastre y una señal más de las graves consecuencias que está teniendo el cambio climático en nuestro país. Temperaturas cada año más altas, menos lluvias y cada año más territorio desertizado.
Y a las 21:30h ya iba a dormir, ya preparado para el día siguiente ir hacia Kuala Tahan, un pueblo en medio de la selva más antigua del mundo, Taman Negara, la que se considera que tiene unos 200 millones años y probablemente aún más inaccesible que las que había podido ver aquí en las Cameron Highlands, pues aquí al menos había plantaciones de té y granjas, cosa que en Taman Negara no ocurría. De hecho para llegar debería ir en un barco por el río durante más de dos horas.
Las Cameron Highlands era seguramente la visita más incierta que tenía de todo el viaje ya que había decidido venir cuando ya casi se marchaba de Barcelona, por lo que prácticamente no había podido preparar nada, apenas reservar el bus hasta aquí. Pero al final todo fue perfecto e hice muchas más cosas de las que creía y sólo en un día. Menos mal que decidí parar aquí antes de llegar a Taman Negara porque sino me habría perdido uno de los días más intensos del viaje. Eso sí, las poco más de 36 horas que había pasado habían sido bastante frenéticas, primero para organizar lo que haría y después hacerlo. Teniendo en cuenta que pocas horas antes no tenía ni idea de lo que haría ni cómo, el resultado fue simplemente excelente. Se marchaba de las Cameron Highlands con la sensación de que había hecho lo mejor que podría haber hecho.