Llegaba la última semana de mi primer viaje largo y sol. Había pasado 4 días en Miami y luego un mes y medio en México, entre la capital, Oaxaca y Tuxtepec. En esta última llevaba 5 semanas cuando ya me tocaba volver a Miami 4 días mas antes de volver a casa. La estancia en Tuxtepec había ido muy bien habiendo conocido a gente muy interesante que me habían aportado un montón de conocimientos y buenos momentos. De hecho este fue el inicio de mi interés por la inversión inmobiliaria en México y que se acabaría materializando 4 años después. Pero ahora tocaba despedirse de esta ciudad y su gente que tan bien me habían acogido y continuar el viaje que ya llegaba a su fin.
Vale la pena explicar el porqué hacía este recorrido de ida y vuelta pasando por las mismas ciudades tan en la ida como a la vuelta. En un primer momento estuve mirando vuelos directos desde España a México los que tenían un precio aproximado de 700 € ida y vuelta. Pero mientras miraba opciones, de casualidad vi uno que salía mas barato pero que hacía escala en Miami. Fue entonces cuando me informé bien de cómo funcionaban las tarifas de los vuelos y vi que normalmente los vuelos de conexión son más económicos que los vuelos directos, pues estos últimos son más cómodos para el pasajero.
La conclusión fue clara y directa. Si tenía flexibilidad en las fechas y el tiempo del viaje, la mejor opción era hacer una escala para ahorrar en el precio de los vuelos y además poder aprovechar estas escalas para visitar, en este caso, Miami. Iría por primera vez en EEUU y pasaría de gastarme 900 € en los vuelos a 650 €. Esta es una técnica muy utilizada para ahorrar en vuelos y se llama Stopover, y se trata justamente de eso, de hacer el mismo trayecto pero con escaleras y además aprovechar estas escaleras para visitar mas lugares. Evidentemente esto sólo es posible si se tiene cierta flexibilidad tanto en los destinos como en las fechas del viaje.
Así pues ahora haría el vuelo de regreso de uno de los dos trayectos, el vuelo de México a Miami. Pero primero tenía que llegar hasta Ciudad de México, un trayecto que haría con la empresa de autobuses ADO que dispone de líneas en prácticamente todo el país. La salida sería desde la terminal de autobuses de Tuxtepec a las 12 de la noche y la llegada a la terminal TAPO de Ciudad de México hacia las 7 u 8 de la mañana, dependiendo del tráfico que hubiera en la entrada de la ciudad.
Este era mi primer trayecto en bus y de noche, por lo que aún no sabía cuál era el mejor lugar para poder dormir un poco. Yo pedí el asiento de la primera fila para que me gusta ver el paisaje de aquellos lugares nuevos para mí, pero en este caso era el peor lugar para poder dormir, pues las luces de los coches que venían de cara molestaban mucho más de lo que podría parecer. De hecho, si sumo todas las dormidita que hice durante el trayecto no dormí más de una hora. El movimiento del bus, las luces exteriores, la parada que hicimos a medio camino y el frío que hacía, hicieron casi imposible poder dormir más de 10 minutos seguidos.
Hacia las 7 de la mañana llegábamos a la entrada de Ciudad de México y como era de esperar el tráfico era brutal. Estuvimos más de una hora arrancando y parando por aquella entrada de 6 carriles llena de coches. Por suerte yo iba con tiempo suficiente para llegar al aeropuerto.
Hacia las 8: 30h llegamos a la terminal TAPO de Ciudad de México. Desde allí sólo tenía que coger un metrobús que en unos 15 minutos me dejaría en el aeropuerto. Hay que tener en cuenta que para poder utilizar cualquier línea de metro o metrobús hace falta disponer de la tarjeta de pre-pago con las que se pagan los trayectos del servicio de transporte público de Ciudad de México. Yo aún no la tenía porque los días que había pasado hacía casi 2 meses en esta ciudad sólo había necesitado la tarjeta en una ocasión en que le pedí a una pasajera que pasara su tarjeta por mí y yo le pagaba en efectivo. Pero ahora era mas complicado por tratarse de un trayecto un poco más caro y menos habitual, por lo que decidí comprar la tarjeta y así ya tenerla para otras ocasiones, aunque fuera en otro año, pues la tarjeta no caducaría.
Así que compré la tarjeta, voy ponerle 40 pesos de saldo y fui a esperar el bus que me llevaría hasta el aeropuerto. El trayecto costaba $ 32, poco mas de 1,50 €, un precio muy razonable teniendo en cuenta lo que suele costar un trayecto desde el centro de una ciudad en el aeropuerto más cercano.
Poco a poco iba conociendo aquella zona de Ciudad de México y me iba familiarizando con su transporte público. En ese momento todavía era todo muy nuevo para mí y no sabía que en pocos años todo aquello acabaría convirtiendo en mi segunda casa.
En menos de 30 minutos ya estaba en la terminal 1 del aeropuerto Benito Juárez de Ciudad de México a la espera del vuelo que me llevaría de nuevo hasta Miami, la segunda vez que visitaría la ciudad en este viaje, haciendo así el trayecto de vuelta tal cual lo había hecho durante la ida.
Esta vez ya sabía que podía subir la maleta y la mochila en cabina y así no tener que facturar. Ya me había preocupado de no llevar ninguna puede con líquidos de más de 100ml por lo que pasé el control sin ningún problema aunque me detuvieron para hacerme un registro mes completo, como ya me esperaba.
El vuelo salía poco antes de las 15h y llegaría a Miami hacia las 17h. Mi asiento estaba en ventanilla y no me di cuenta que me quedaba embobado mirando cómo nos alejábamos de Ciudad de México y dejaba atrás ese país y esa gente que tanto bien me habían acogido durante un mes y medio. La verdad es que en ese momento, estando ya sentado en el avión, fue cuando fui consciente del mal que me hacía marchar de México. Miraba por la ventana muy triste mirando como Ciudad de México se hacía pequeña y hasta que ya sólo veía al mar.
Esta vez no había reservado alojamiento en Little Habana, un barrio bastante céntrico, sino en Hallandale Beach, una población junto al mar y cerca de Miami Beach pero bastante más alejada del centro de Miami y del aeropuerto. Además, a diferencia del anfitrión del apartamento de Little Havana, el de ahora no me había dado tantas explicaciones de cómo llegar en transporte público. Pero por el contrario, ahora ya sabía que podía utilizar el GPS del móvil sin tener Internet en el móvil, lo que durante la ida aún no sabía, de hecho, hasta que no llevaba casi un mes de viaje no lo supe, por lo que había llegado a Miami, Ciudad de México, Oaxaca y Tuxtepec siguiendo carteles e indicaciones varias. Ahora sin embargo, tenía todos los mapas necesarios descargados en Google Maps así como la aplicación Moov muy útil para desplazarse en transporte público. Aunque tenía cobertura 4G gracias a la SIM de Telcel comprada en México y que también funcionaba en EE.UU., ya no me hacía falta, pues con el GPS y los mapas descargados el móvil m’ubicava perfectamente. Ni que decir lo mucho que esto mejoró los trayectos y como incluso no era ya capaz de entender como pocos días antes me podía mover sin el GPS. De hecho, ya lo utilicé siquiera pisar el aeropuerto de Miami con el fin de encontrar el tren lanzadera.
Por cierto, que cuando pasé el control de inmigración, el agente que me atendió hablaba un poco de español y sin ni saludar me hizo dos preguntas que no sé ni si siquiera en escuchó las respuestas . Con un tono bastante alto preguntó «a donde va?», A lo que le respondí en Hallandale Beach, replicando «a que?», «4 días de vacaciones», «Pase». Este fue nuestro diálogo que duró menos de 10 segundos.
También es cierto que a pesar de ser mucho más cómodo ir con el GPS del móvil, es mucho mas gratificante llegar a los lugares sin esta ayuda aparte de estimular mucho más nuestro cerebro. En cualquier caso, ya preveía llegar al apartamento reservado hacia las 21h para el que ya me iba bien tener el GPS para no perderme y llegar en el menor tiempo posible.
En esta ocasión había reservado un bungalow, pues esta era una zona muy cara y cualquier otra cosa se disparaba de precio. En este viaje aún no contemplaba reservar habitaciones, por lo que las opciones que buscaba siempre eran apartamentos completos, o como en este caso, un bungalow completos.
Ahora ya conocía un poco mejor el sistema de transportes públicos en Miami que unido al hecho de ir con el GPS me permitió llegar a la estación de autobuses donde tenía que hacer un transbordo fuerza mas rápido de lo que me esperaba aunque el trayecto se alargó casi una hora. Sólo tenía que coger dos buses, pero el primero ya me dejaría tan lejos que incluso ya llegaría a Miami Beach, cruzando el largo puente que une Miami Beach y su parte continental.
Tras recorrer buena parte de la carretera principal de Miami Beach y cuando ya oscurecía, pues casi eran las 19h, llegaba a una terminal de autobuses donde tenía que bajar y esperar para coger otro bus que ya me dejaría muy cerca de mi destino. No sabía bien dónde estaba pero me sorprendió ver que era el único blanco que había en toda la terminal. En total hay debería haber unas 15 personas y todas eran negros, incluso los chóferes de los autobuses.
El billete que había comprado para el primer bus y que era de tarifa integrada, es decir, se podía utilizar en otros trayectos en hacer un transbordo, aquí ya no valía. estaba tan lejos del centro de la zona metropolitana donde tenían validez los billetes integrados y con posibilidad de hacer transbordos sin pagar mes. Aquí tuve que pagar $ 2 mes para el segundo trayecto. de todos modos tan sólo había gastado $ 4 en total para ir del aeropuerto al bungalow, un trayecto que duró unas dos horas.
Eso si, en aquella terminal tuve que esperar un buen rato hasta que salió el bus. Ya era noche y aunque había dicho al anfitrión que llegaría hacia las 21h, no estaría del todo tranquilo hasta encontrarlo, pues siendo ya tan tarde y medio lloviendo, me resultaría muy difícil encontrar otro lugar en caso de que surgiera algún problema con el alojamiento reservado.
Este segundo bus básicamente recorría toda la costa de Miami Beach en dirección norte por una carretera que parecía la principal de aquella isla y alejándonos paulatinamente de su centro neurálgico. Siendo tanto oscuro me costaba apreciar el exterior, pero parecía que nos adentrábamos en una zona bastante acomodada, por no decir pija. Me extrañaba un poco porque siempre miro bien los precios de los alojamientos, y éste, a pesar de ser de $ 40 la noche, era de los mas baratos que había encontrado tratándose de un alojamiento completo, pero en cualquier caso parecía que la zona donde se encontraba no era precisamente barata.
Gracias a Moov, saber a qué parada tenía que bajar fue infinitamente más fácil que la última vez que me había movido en transporte público por Miami. Ahora no tenía que mirar carteles y nombres de calles, sino está pendiente de la aplicación que me avise dos paradas antes de mi. Y efectivamente la aplicación no falló y bajé allí donde tocaba sin tener que mirar hacia cartel. El bus me dejó a un lado de la carretera y tan sólo tenía que cruzar para llegar a una zona de bungalows, donde al menos había 50. Parecía un pequeño pueblo de bungalows, pues incluso había calles, carteles y un restaurante, pero todo dentro de aquella explanada. Era una pasada!
Además, teniendo en cuenta que estábamos en medios diciembre, tan las calles como muchos de aquellos bungalows estaban engalanados con las típicas luces navideñas. No dejaba de resultar un poco extraño el hecho de que estuviéramos a 30ºC siendo de noche y en época navideña.
Eran las 21h pasadas y cada vez llovía más, aún así aquel lugar me había fascinado tanto que el hecho de ser tan tarde y que de entrada no viera el anfitrión, no hizo que quedara maravillado y con ganas de dormir en aquel pueblecito de bungalows tanto auténtico. El anfitrión me había pasado el número del bungalow así que empecé a buscarlo. Costaba un poco ver los números pero poco a poco me fui acercando. Seguía lloviendo, no había nadie fuera a quien preguntar y el anfitrión no contestaba al teléfono. La cosa no pintaba bien pero apenas pasaban 10 minutos de la hora que había dicho al anfitrión que llegaría.
Justo cuando encontraba el bungalow, llegaba un coche por el mismo camino por el que iba yo. Me aparté, me esperar, y la ventana salió una cabecita preguntando: «Guillermo?». Mientras respondía que si respiraba mes aliviado. Hacía casi 24 horas que había salido de Tuxtepec y había hecho un largo trayecto desde el aeropuerto llegando a un lugar diferente a todo lo que había visto, lloviendo, tarde y sin saber si finalmente dormiría en alguno de aquellos bungalows, pero ahora por fin escuchaba mi nombre de un señor que acababa de llegar y que por el acento parecía cubano, algo muy habitual en Florida y concretamente en Miami.
Nos presentamos y me señaló el bungalow. Quedaba en la banda izquierda de aquel camino y bastante cerca de la entrada. Rápidamente entramos, me enseñó el bungalow por dentro y me dio algún consejo para moverme y comprar en esa zona, que según me comentaba, y de hecho ya había supuesto, era una zona relativamente cara, pues estábamos en un pueblo pijo junto a Miami Beach. Me habló de un supermercado a unos 10 minutos caminando y que era bastante barato. Al día siguiente cuando iría me daría cuenta de que lo que allí era barato, seguía siendo carísimo desde una perspectiva española.
El bungalow era bastante grande, con una cocina comedor, una habitación doble y un baño. Además tenía aire acondicionado, que siendo medios de diciembre pensaba que no lo utilizaría pero que si el encendí fuerza veces. Además cada bungalow tenía como un pequeño jardín asimilándose al típico barrio de casas unifamiliares tanto típicos en EEUU.
Ya eran las 21: 30h y estaba cansado y con mucho sueño. Había sido un día largo pero muy gratificante y ahora era en un bungalow en un pequeño pueblo al lado de Miami Beach. Comí cosas que llevaba de México y después de instalarme fui a dormir. Al día siguiente tenía la intención de ir a la playa y dar una vuelta por Miami Beach ahora que la tenía mucho más cerca que en la primera ocasión.