Me desperté sobre las 6 de la mañana habiendo dormido perfectamente toda la noche y me duché rápidamente después de fumar un piti para evitar colas en las duchas. Cuando me estaba duchando ya se fueron despertando los demás así que pude hacer más ruido sin miedo a despertar a nadie.

A las 7h, en cuanto abrían la cocina, fui a tomar el café de cada mañana, a escribir un rato este mismo diario, mirar correos, algo de finanzas ya preparar el camino que quería hacer ese día hasta las Manoa Falls, una cascada muy cerca de Honolulu ya la que se llega después de andar poco más de un kilómetro por medio de la selva. Estaría una hora y media caminando hasta llegar al base del camino desde el hostel, media hora más hasta llegar a la cascada y después el mismo camino de regreso, por lo que, si no me entretenía demasiado, serían unas 4 horas de caminata una de las que bastante dura.

A las 9h salí del hostel sin pensármelo demasiado pues si lo hacía todavía me acabaría arrepintiendo. Si podía ir andando era porque el hostel estaba alejado del centro y justamente quedaba hacia dónde estaba la cascada, por lo que ir andando era factible lo que no lo hubiera sido si hubiera estado en el centro de Honolulu. Eso sí, me fui sólo con el móvil y algo de dinero, ni agua ni comida.

Al menos el camino hasta el inicio de la selva era por una calle que transcurría por medio del típico barrio de las afueras con las típicas casas unifamiliares, su jardín, su coche fuera y el cortacésped dando vueltas. Todo muy americano. Era un barrio apartado pero donde las casas se veían muy caras. Además tenían unas vistas únicas, de hecho en Hawái, es difícil no tener unas buenas vistas.

El camino poco a poco se fue haciendo aburrido ya que la calle seguía siendo la misma y tampoco variaba demasiado ni había demasiado movimiento de personas para entretenerse. Simplemente tenía que andar esa calle arriba durante más de una hora. Además el calor empezaba a intensificarse y aquella calle, aunque poca, tenía pendiente ascendente todo el rato.

Al cabo de la hora y media prevista llegaba al inicio del camino de montaña dejando atrás el asfalto para entrar en la selva hawaiana. El camino empezaba justo en la calle por lo que había ido todo el rato y cambiaba el paisaje completamente. De repente se acababan las casas y entrabas en una espesa selva con carteles donde avisaban de que entrabas bajo tu responsabilidad ya que podían caer ramas y, literalmente, matar a alguien. Así lo decía en el cartel.

Después de pasar el susto de poder morir por la caída de una rama, entré en el camino. Yo pensaba que eso ya era el camino, pero no, sólo era el camino más ancho hasta el punto donde se iniciaba el trekking de verdad que ya era un caminito irregular de menos de un metro de ancho, fuerte pendiente toda la rato y raíces por todas partes. Además el suelo estaba muy húmedo y en algunos puntos resbalaba bastante, por lo que por mucho que quisiera no podía ir demasiado rápido.

Conforme avanzaba por ese camino, el paisaje era cada vez más bonito, con el río circulando por el lado y una vegetación única y exuberante. Aunque había llegado al inicio de la selva ya bastante cansado, cabe decir que todo era mucho más fácil de lo que pensaba y sobre todo más fácil que los trekkings que había hecho por las selvas de Malasia, pues aquí ni el camino era tan difícil y sobre todo no había tanta humedad ni hacía tanto calor, de hecho en algunos tramos incluso hacía una temperatura muy agradable.

Conforme me acercaba a las cataratas se notaba que había más gente, pues el tramo final, evidentemente, era donde la gente se quedaba un rato y se notaba cierta aglomeración ya antes de llegar.

Me sorprendió mucho, a mí ya todo el mundo que la veía, una asiática que iba con un vestido y zapatos con un tacón-plataforma de unos 10 o 15 centímetros subiendo por ese camino fangoso y resbaladizo por encima de raíces y rocas. Hay gente que no sé en qué piensa o si es que no se informan ni un poquito del lugar al que van. En cualquier caso tenía mucho mérito lo que hacía y no desistió ni un momento hasta llegar a la cascada.

Y hacia las 11:15h por fin escuchaba el sonido del agua cayendo, veía cómo el camino se ensanchaba para finalmente ver majestuosamente delante de mí la cascada Manoa que era más alta de lo que creía. Es una cascada pequeña aunque ya lo sabía, pues ya me había informado por Internet, pero sí que era bastante más alta de lo que pensaba con una caída de al menos 30 metros. Como era de esperar había un montón de gente allí haciéndose selfies y lo que ya no era tanto que esperar también había gente bañándose justo en la caída de la cascada. Y no era tanto esperar porque hay carteles por todas partes que prohíben acercarse y mucho menos bañarse, sin embargo al menos había 20 personas dentro de la zona prohibida y claramente delimitada.

Estuve allí observando la cascada y sacando fotos, claro, unos 15 minutos. Cabe decir que el sitio era muy bonito y agradable de estar, pues se estaba muy fresquito gracias a la abundante vegetación que tapaba el sol y las vistas eran muy bonitas, con una de las características montañas hawaianas de fondo y árboles de 15 o 20 metros de alto y con troncos de unos 2 metros de diámetro, unas bestias. Por todas partes se veía una flora que difícilmente se puede encontrar en otros sitios. El camino hasta allí era relativamente fácil y permitía apreciar una naturaleza única cerca de una gran ciudad como Honolulu. Una tierra de contrastes.

Hacia las 11:30h empecé la bajada y la parte más dura del camino, pues ya todo era zona que ya había visto y por tanto ya no tenía tanta gracia. Además llevaba un cansancio acumulado muy importante.

En un punto determinado del camino fue de poco que no resbalo y me foto una hostia de aquellas que no tocas el suelo durante unos segundos y caes a plomo en el suelo, y además todo justo delante de dos mujeres que lo vieron todo a medio metro, de hecho, después del susto correspondiente y de ver que me había podido aguantar, estuvieron riendo al menos un minuto. A partir de ese momento bajé el ritmo, pues iba casi corriendo sendero abajo, y agarrándome a algún tronco siempre que podía. Hay que tener en cuenta que debido a la humedad ya las lluvias casi diarias, el suelo era como un barro con tramos que resbalaban más que el hielo.

Me sorprendía bastante ver a niños de no más de 7 u 8 años haciendo ese camino como si nada. Del mismo modo ya había visto un montón subiendo al Diamond Head. Lo cierto es que lo encontraba de un mérito muy importante.

Hacia las 11:45h llegaba al final del camino de montaña dejando atrás la selva y volviendo a la carretera que transcurría por medio del barrio pijo y que me llevaría casi directamente hasta el hostel. Eso sí, al mes de una hora de caminata, pues estaba todavía a unos 5 kilómetros.

Ademas ahora las nubes que antes tapaban un poco el sol haciendo el camino mas soportable, estaban desapareciendo, por lo que hacía mucho mas calor y llevando ya 3 horas caminando se empezaba a hacer realmente duro. Por suerte todo el camino era de bajada. De todas formas, el saber cómo es el camino, a mí me ayuda a hacerlo más soportable, pues hay gente que dice que no, que todo lo contrario, pero a mí la verdad es que saber cuánto queda más ayuda a administrar las fuerzas.

Y finalmente, hacia las 13:15h llegaba al hostel con un dolor de piernas considerable. No había comido nada en todo el día y la verdad que me planteé de no comer y sólo cenar, pues al día siguiente se marchaba a México y por lo tanto no quería hacer siesta para ir a dormir pronto. Pero claro, tenía tanta hambre que evidentemente no pude aguantar y fui, en principio, al McDonald’s aunque estaba a 20 minutos andando mientras que a los 5 minutos ya pasaba por delante del 7-elevan, por lo que decidí comprar un plato preparado allí mismo y comérmelo en el hostel tal y como ya había hecho los días anteriores. Más barato, más cómodo y seguramente más sano.

Compre pollo rebozado con arroz estilo basil, 2 taquitos recién hechos en el mismo 7-eleven y un bocadillo de ensalada de pollo, todo ello por $7,92 (6,60€). A diferencia del primer día, ahora ya sabía qué comer y cómo no gastarme una milionada para vivir en Hawái. Después volví directamente al hostel donde lo calenté y comí con mucho gusto como siempre en el patio del hostel.

Desde el anterior viaje pero sobre todo en éste, los 7-elevan se habían convertido por mí en los mejores salvavidas que podía encontrar en los nuevos países visitados. Eran lugares donde vendían todo tipo de productos básicos, abiertos las 24 horas del día y con la posibilidad de comerte al momento o calentarte cualquier plato. Incluso podías comer dentro del mismo 7-elevan o pedir un café recién hecho. Una maravilla para viajeros y sobre todo muy útil para conseguir todo lo necesario para pasar pocos días a algún sitio ya cualquier hora del día, pues a veces llegas a una nueva ciudad de madrugada cuando todo está cerrado, excepto los 7-eleven.

Después de comer fui a tumbarme un rato en la cama a mirar a Netflix pero aguanté como un campeón sin dormirme, algo verdaderamente insólito. Estuve mirando a Black Mirror para engancharme y así ayudar a mantenerme despierto. Eran poco mes de las 14:30h cuando me estiraba y me levanté hacia las 16h para preparar la maleta, pues lo tenía que hacer antes de que oscureciera y empezaran a venir los demás a dormir.

No había hecho ninguna lavadora aunque había una en el hostel pero era demasiado cara como para no aguantar un día sin lavar ropa y más teniendo en cuenta que no hacía ni una semana que la había lavado toda. De momento tenía ropa limpia de sobra para llegar a México donde ya podría lavar toda la ropa que quisiera, pues iría a una casa normal con todos los servicios que puede tener una casa. Después de pasar 4 noches en un hostel es algo que se agradece mucho.

Hacia las 19h volví al mismo 7-elevan donde ya me conocían a comprar la cena y sándwiches para el día siguiente durante el trayecto hacia el continente. Para la cena compré un plato preparado de ternera con arroz basil y fideos y un bocadillo de jamón y huevo y que además el pan parecía de queso. Todo ello por $11,59, casi 10€, quizás el día que más me había gastado al 7-elevan pero también el día que había comprado los platos y bocadillos más completos para cenar y desayunar al día siguiente. Era la última noche en Hawái y ya no tocaba escatimar al comer.

De vuelta al hostel terminé de prepararlo todo, mirar cómo ir del hostel al aeropuerto de Honolulu, del aeropuerto de México a la terminal de bus TAPO e intentar hacer el checkin de nuevo aunque seguía sin dejar -me, probablemente porque deberían hacerme un montón de preguntas antes de poder embarcar, como si tenía billete de salida de México. Al día siguiente también tenía un largo trayecto hasta llegar a Tuxtepec, Oaxaca, pero al menos en este caso, el trayecto ya me lo conocía más, pues ésta ya sería mi tercera visita a México.

Hacia las 20:30h cené, y mucho, pues lo que había comprado me dejó bien lleno. De hecho sólo con el bocadillo ya habría bastado pues era más contundente de lo que parecía. Pero de vez en cuando hizo una buena comida y mas en estos viajes donde gasto más calorías en un día que en 3 meses en casa.

Y finalmente, hacia las 21:30h, fui un rato a mirar a Netflix hasta las 22h que ya estábamos los 3 de la habitación en la cama y ya fui a dormir en la que sería mi última noche en Hawai.

Había estado 4 días completos en la isla principal de Hawái viendo tanto la zona más urbana como la más salvaje. Una isla políticamente americana pero con una cultura y una forma de entender la vida diferente a la del continente. Una isla cara pero donde se pueden encontrar buenos precios y vivir perfectamente si sabes buscar. Probablemente estos precios más altos quedan compensados por el ritmo y calidad de vida que existen en estas islas y que las convierten en un pequeño paraíso moderno en medio del Pacífico. Yo me marchaba de aquí muy contento y feliz de haber podido vivir unos días entre unos ciudadanos americanos tan diferentes a los que había conocido hasta entonces.