Viajar deshace de un plumazo todos nuestros miedos, nuestros estereotipos y nuestros límites, y nos reafirma en nuestra nueva forma de ver el mundo:
- Ya no creemos en las guerras que destruyen el planeta. Ahora preferimos cuidarlo y viajarlo.
- Ya no creemos en las fronteras que nos separan. Las usamos de puentes.
- Ya no creemos en que una mujer no puede andar por ahí sola. Ahora no esperamos a nadie para volar a la otra punta del mundo.
- Ya no creemos en una vida infeliz pegadas a una silla. Nos colgamos la mochila y nos calzamos las botas en busca de nuestros sueños.
Así que viajar es nuestro canto a la vida. Nuestro pasaje a la libertad. Nuestra última revolución.
He aquí los motivos:
1 | Porque viajar te convierte en tu mejor amiga
No hay nada más terapéutico que un viaje para aprender a estar sola. O, mejor dicho, para aprender a estar contigo misma.
La mujer de hoy no le teme a la soledad y no necesita a nadie para hacer lo que quiere. El viaje provee: de cada atardecer y cada amanecer, de algún ángel en el camino que aparece en el momento preciso, de cada nuevo sabor, cada conversación inesperada, cada mar, cada desierto, cada bosque, río, jungla, montaña, lago, sabana, manglar, ciudad.
Todos los miedos que tuviste en casa, todas las veces que te aterrorizó encontrarte sola ante una situación difícil, todos los días en que necesitaste a alguien desesperadamente para recibir apoyo, quedaron atrás, con todas las otras cosas que la rutina y la costumbre te hicieron creer que no podías hacer.
Ésa es la vida anterior al viaje.
El viaje ahora te ofrece la dicha de saber que dependes únicamente de ti, que eres tú quien decide cada paso, que tú eliges cada lugar al que llegar, y que sola puedes disfrutar de una cerveza, un atardecer o una cena con velas tan intensamente como antes lo hiciste rodeada de gente.
De repente, eres tu mejor amiga.
Así que, cuando el viaje te planta sola en la otra punta del mundo, tú:
- Te dedicas todo el tiempo del mundo a escuchar tus pensamientos y poco a poco conoces a la persona que eres: ¿qué quieres? ¿Qué esperas de la vida? ¿Quién se merece una disculpa? ¿Cuántas te mereces tú?
- Desarrollas una capacidad para intuir los problemas, captar a las personas de primeras y manejar los pros y los contras de cada decisión difícil.
- Descubres una fortaleza innata para enfrentarte a los contratiempos. Tu cuerpo se ha puesto en modo supervivencia, y te sientes capaz de esquivar cualquier piedra en el camino.
- Adquieres una sensibilidad especial para cada detalle del viaje. No tienes ninguna distracción, así que cada nuevo olor y sabor, cada color, toma un matiz intensísímo. Ves la vida a todo color, pisas el mundo interiorizando cada paso.
Y ese curso intensivo en soledad te ayudará mucho a la vuelta.
2 | Porque es un chute de autoestima
Nada de una ascensión en el trabajo ni un corte de pelo nuevo. Para la autoestima, viajar, viajar y viajar.
Por tres razones principales:
Porque has superado todas las barreras y miedos cuando iniciaste tu viaje en solitario
La simple decisión de irte a viajar sola ya debería llenarte de orgullo.
Descubrirte a ti misma siendo perfectamente capaz de renunciar a un modo de vida al que te niegas a adaptarte, dejándolo todo y a todos por buscar incansablemente tu felicidad, te muestra todo el potencial que tenías escondido dentro de ti.
Estoy segura de que no ha sido fácil, pero ahí estás.
Antes de viajar te habrás preguntado más de una vez si no te has vuelto loca de remate, y la gente de tu alrededor también lo habrá hecho alguna vez. Y, sin embargo, ni tus temores ni los ajenos han sido más fuertes que el deseo que hay en ti de perseguir tu sueño hasta el fin del mundo (literalmente).
¿No crees que eso se merece una buena dosis de amor propio?
Porque sigues superando cada día la aventura que es un viaje en solitario
El viaje es maravilloso casi todo el tiempo, pero otras veces te pone por delante dificultades que a menudo no te crees capaz de superar. Entonces añoras tu casa, tu familia, tus amigos y tu zona de confort.
Pero, aún con esas, no te rindes. Estás y sigues estando en las buenas y en las malas, persistiendo, desde el día en el que decidiste que te ibas a viajar sola, hasta hoy.
Cada día de viaje es un motivo para quererse, porque cada uno de ellos supone un nuevo logro, una nueva lección, una nueva forma de entender que ha valido la pena, y que estás dispuesta a vivir todo lo bueno y todo lo malo que quiera venir.
Para eso viniste, para vivir.
¿Y no se trata la vida de eso, de estar donde uno quiere estar, porque ese ferviente deseo es más fuerte que cualquier impedimento?
Porque te aleja de estereotipos dañinos y superficiales
Sí, viajar no sólo te aleja de la rutina y de casa, también de todos los estereotipos y todos los estímulos a los que las mujeres estamos expuestas diariamente.
Cada uno de ellos nos obliga a acabar venerando un cuerpo irreal de medidas perfectas que llevan una vida perfecta con una dieta perfecta, sin más resultado que el de acabar despreciándonos a nosotras mismas por no tener ni ese cuerpo, ni esa vida, ni esa dieta.
En el viaje, en cambio, lo único que importa es la vida en su máxima sencillez.
El físico pasa a un segundo plano, pues lo realmente esencial es lo que pasa a cada segundo: el nuevo paisaje, el nuevo compañero de viaje, el nuevo plato de comida, el nuevo autobús o tren o coche, la nueva cama.
Viajar te quita las tonterías y te recuerda que eres tan bella, tan capaz y tan valiente como creías. Sin excusas. Y hay que creerle.
Lo que te hace guapa son las experiencias que vives.
3 |Porque supone una valiosa oportunidad diaria para superar todos tus miedos
Marcharte sola a viajar ya indica que tienes una capacidad excepcional para no dejarte paralizar por ningún temor. Pero si eso no te basta, el viaje no cesa en su empeño de demostrarte que puedes, puedes y puedes otra vez.
Ese viaje parece decir constantemente: “es hora de enfrentarte a eso que te da tanto pánico, y si has podido con todo lo anterior, ¿no vas a poder con esto?”.
¿A qué temes? ¿A las alturas? ¡Empieza por subirte a una tirolina en Costa Rica! ¿A las serpientes? ¡Una caminata cortita por la selva amazónica brasileña! ¿A volar? ¡Súbete a un parapente en tándem por los Alpes Suizos!
Mi propio ejemplo: cómo viajar me curó mi pánico a los tiburones
Quiero explicarte mi propio ejemplo: mi mayor miedo en la vida siempre ha sido encontrarme con un tiburón en el mar. Desde que era pequeñita, estos animales me han fascinado y aterrorizado a la vez.
Y la cuestión es que siempre ha sido durante mis viajes, y sólo durante mis viajes, cuando me he sentido realmente capaz de enfrentarme a ese miedo irracional.
Las primeras veces que me atreví a bañarme en alta mar sin entrar en pánico fue en Essaouira (Marruecos) y haciendo snorkel en Isla del Caño (Costa Rica). Tenía 24 años.
Sin embargo, fue en Hawaii donde tuve que enfrentarme a uno de los retos más difíciles y aterradores de mi vida.
El último día del viaje, en Big Island, decidí unirme a una barquita que nos iba a llevar a hacer snorkel con delfines. Un sueño para mí.
Sin embargo, los estuvimos buscando océano arriba, océano abajo, durante más de dos horas, y no hubo manera de encontrarlos.
Así que, en un último intento desesperado, decidimos alejarnos aún más de la costa, por si se habían movido a profundidades mayores. Navegamos durante un buen rato, alejándonos más y más, y nos detuvimos a tres millas mar adentro y 3.000 pies de profundidad. Todo un récord para mí, que ya empezaba a sentirme mareada por el miedo y la sensación de aislamiento.
Después de otra hora de espera, de repente, cuando ya empezábamos a perder todas las esperanzas, aparecieron en la superficie un montón de aletas… Pero no de delfines, sino de ballenas piloto, los cetáceos más grandes después de las orcas, y carnívoros igual.
Después del shock y alucine inicial, nos dimos cuenta de que el capitán no se decidía a darnos luz verde para que nos lanzáramos al agua. Le preguntamos qué ocurría y, después de sopesarlo, finalmente nos contó que a estas ballenas siempre las siguen tiburones de puntas blancas, que pueden llegar a medir hasta 4 metros. Suelen rondarlas para aprovechar los restos de peces y calamares que los cetáceos van dejando a su paso.
Cuando terminé de escucharle, me quedé muy callada, mirando fijamente la inmensidad azul oscuro que se abría ante mí y las grandes olas que nos mecían una y otra vez.
Por un lado, la vida me había puesto la inesperada e increíble oportunidad de nadar, ni más ni menos, que con ballenas en libertad. En la otra punta del mundo. En algún lugar perdido del Océano Pacífico. Durante el viaje más espectacular que había hecho hasta la fecha.
Por otro, sabía que si me lanzaba al agua era muy probable que hubiera tiburones. Y sabía, además, que los puntas blancas son la especie que más muertes ha causado al ser humano, pues son mucho menos cautos y temerosos que otras especies (por supuesto, el número de muertes que los puntas blancas causan al año es incomparable al número de tiburones que mata y mutila diariamente el hombre, pero eso es otro tema).
Durante un minuto me debatí entre mis ansias de vivir algo inolvidable y mis miedos más antiguos y profundos.
Pero transcurrido ese tiempo, de repente, sentí cómo me invadía una especie de valentía inesperada. Empecé a ponerme de pie presa de esa sensación de saber a ciencia cierta que estás a punto de cometer una locura. Pero nunca en mi vida había estado más convencida de algo.
Así que lo pensé un último segundo, y esto fue lo que me dije: “Jessica, simplemente no puedes no lanzarte ahí”.
La recompensa fue inexplicable: de repente metí la cabeza en el agua justo cuando una majestuosa familia de gigantes ballenas piloto, con sus crías, pasaron por debajo de mí, para sumergirse después en el infinito azul del Pacífico, haciendo gala de una belleza y una elegancia que no puedo olvidar.
El océano pareció callarse entonces, y me invadió súbitamente un silencio interior. Una especie de paz, de gratitud por la vida, de satisfacción por mí misma.
Eso sí, justo después de verlas pasar, tuvieron que ayudarme a llegar a la barquita de nuevo, pues volví a entrar en un estado de semi-pánico. Sin embargo, en la seguridad del barco, supe con certeza que volvería a lanzarme si hiciera falta, y que aquel día la vida y el viaje me habían regalado la maravillosa oportunidad de ver una escena única en la vida a cambio de enfrentarme a mis miedos sin contemplaciones.
4 | Porque te recuerda que te has ido de todo menos sola
Lo bueno del viaje es que no requiere más que unos días para que te des cuenta de que estás donde siempre debiste estar.
Y es justo en ese momento, deshecha ya de todas las cuerdas y todos los temores, cuando te das cuenta de que te has ido de todo menos sola.
Tu mente se abre a quien quiera acercarse, siempre confiando. Las personas con las que el camino se empeña en cruzarte se convierten rápidamente en compañeras, en amigas, en maestras.
De ellas aprendes y a ellas enseñas, y son ellas quienes traen los momentos inesperados que llenan los días del viaje de esa felicidad eufórica. Ellas crean las casualidades y moldean la aventura que tenías planificada en tu cabeza a base de momentos que recordarás durante toda tu vida.
Ellas te descubren nuevos lugares y te hablan siempre del suyo, y todo el proceso de construir una amistad, que tanto parecía costar cuando vivías en casa, parece acelerarse e intensificarse.
De repente, te sientes rodeada de gente buena y amable, dispuesta a ayudar sin recibir nada a cambio más que la dicha de vivir en solidaridad, y de saber que el ser humano es más humano cuando sirve para algo bueno.
El viaje es el mejor lugar para forjar una amistad.
5 | Porque te abre la mente como ninguna otra experiencia en el mundo
La revolución que es el viaje también te enfrenta constantemente a nuevas formas de pensar, de hablar y de sentir. Y a las diferencias que siempre hubo entre las gentes del mundo, convencida de que puedes convertirlas en puentes y no en muros.
Te muestra la diversidad como un lujo y no como una amenaza, y te da continuas lecciones de respeto, solidaridad, hermandad y valores.
Las mujeres de hoy no creemos en las guerras que otros se empeñan en hacer eternas, ni en un mundo en el que el dinero, la comodidad o la seguridad justifican una vida vivida a medias. Una vida falta de la maravillosa oportunidad que supone forjar el camino que pisamos a través de este increíble planeta, para acercarnos más a su naturaleza, a sus animales, y a sus gentes, aprendiendo, uniéndonos y viviendo nuestra vida sin ninguna reserva.
El viaje te enseña y te abre la mente, te ayuda a comprender que el camino es el diálogo y no la violencia, te enriquece a base de puro aprendizaje. Como una escuela.
Aprendes, por un lado, sobre los demás, pues ¿cómo podríamos vivir en el desconocimiento de lo que pasa más allá de nuestras puertas? ¿No nos haría eso más injustos, más intolerantes?
Y aprendes también sobre ti misma, pues la vuelta al mundo es también una vuelta a tu interior: exploras tus límites y tus capacidades, tus sueños y esperanzas.
Como dijo Mark Twain: “Viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente”.
Conclusiones
Viajar es una nueva forma de autodeterminación de la mujer, una vía hacia la emancipación absoluta, hacia la libertad que ansiamos. Una fuente de autoestima, una valiosa oportunidad de tantear y luchar contra nuestros temores y un camino abierto hacia la comprensión, la tolerancia y la solidaridad.
Y cada vez son más las mujeres que se unen a él, solas, acompañadas, para unos días o para toda una vida.
Lo hacen en la busca incansable de estar donde desean, de diseñar su vida sin seguir ningún molde, aprender de los demás y también de ellas mismas, divertirse y reír, perseguir sus sueños y llenar su cabeza de recuerdos que durarán siempre.
Lo hacen para revolucionarse.